¡Otra vez a la calle! Nuestro infatigable protagonista porteño ahora festeja a troche y moche el dìa de los enamorados. Diviertansè con estas ridiculos pasos en el parque Lezama. Conozcamos a Ale, una persona que conquistarà nuestros corazones y terminemos llevados de la mano a un telo del Consti por una paraguayita amante de los culebrones colombianos “Cafè con aroma de mujer” y Ricky Martin! ¡A disfrutar, tomar nota y aprender a encarar tickis los sábados a la tarde en Constituciòn!


Día de los Enamorados

14 de febrero, día de los enamorados en Buenos Aires.. Son las once de la noche. A mitad de camino al Obelisco me entero que tomé el 39 cartel rojo que me deja a unas cuadras. De un salto estoy pisando la Avenida Cerrito y voy caminando para el Obelisco, un desfile impresionante de mujercitas con vinchas, cadenitas con la cara de Ricky Martín, ¡cuánta gente mueve este muchacho! En las esquinas vendedores de la kilométrica andanada de productos Ricky. Yo voy asombrado mirando mujercitas de todas las clases sociales de todos los colores y sabores directo a agolparse cerca del escenario construido delante del Obelisco sobre la misma Avenida Cerrito. El escenario es increible: alto, lleno de luces y

aparatos de música, parece una nave espacial o un portaviones de mediano alcance. Los logos de las empresas patrocinantes: cartelones flúos o de colores chillones a los costados. La noche de sábado es limpia, suave, a ratos sopla una brisa refrescante que nos manda el río. Casi no hay hombres salvo unos contados gays. Me rodeo de mujeres y empiezo a pizpear, las miro mover todo el cuerpo. Ay, cómo quisiera substraerme de todo, como el sustraendo, no puedo y me largo a saltar también. Ricky no aparece.

¿Qué diferencia habrá entre un colombiano y un puertorriqueño? Como ninguna de estas piojas estuvo ni en sueños en Nueva York, no saben la diferencia. Encaro en base al desconocimiento. Ahora soy puertorriqueño. Y me acercó a un grupito de borregas con cervezuchas en las manos y meta risa suelta. Hola, niñas, no saben a qué hora sale mi compatriota Ricky. Las pendejas cucurcientas abren los ojos sorprendidas. No las dejo respirar y quiero rematarlas a las tres: Soy de San Juan de Puerto Rico y vine a escuchar al embajador de la música de mi país. Y de paso, me siento cerca de mi tierra. Las atorrantas gritaron: ¡Un portorriqueño! Y se me tiraron encima. Ser portorriqueño en un recital de Ricky es como ser Gardel en la década del 30. Empezaron a tirarme la camisa, el pantalón, me calenté porque me di cuenta que querían dejarme en bolas. Empecé a pegarles piñas a todas, a mí, a papá, venir a chetearlo guachas, ja, ja, me largué caradura a tocarles las tetas, a apretarles el culo, a ponerles la manito en la conchita, así, directo, sin vueltas, y ellas, ay,ay,ay, qué zarpado, salí de acá negro de mierda. Sí, así, seguí por entre la turbaconcha rickimartina de esta noche espléndida del Obelisco, busco busco, unita a quien fifarme, soltando la lengua y las manos en la andanada de locas me voy corriendo hacia un costado donde hay “puras conchas dispersas, con vinchitas de ricky martin y topcitos verdes, rosas, celestitos… Niñas de 15, 16 años. Unos mostros asesinos transmisores de las peores pestes. Mi sueño se habia vuelto pesadilla.

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Me salvaron las luces del escenario que se encendieron todas juntas y como una salvación sonó la musica y entre una nube de humo apareció la estrella máxima, Ricky Martín. Las pendejitas se pusieron como locas y corrieron a reventarse contra las vallas contenedoras del escenario. En un segundo quedé solo, desertico, vacío y güeco, como un paquete de galletitas de agua al cual le dejaron ni una miga y lo arrojaron a la basura. Inservible. Con la camisa rota, los pantalones mojados de cerveza con un dolor terrible en los huevos. Me detengo a mirar. Es la primera vez en mi vida que me paro en medio de la Avenida 9 de Julio, miro los edificios del lado de la Recoleta y el Palacio de la C.G.T del otro lado. ¡Qué linda es Buenos Aires! Me enamoro de ella por milésima vez. Entre ese quilombo al fin encuentro dos segundos de paz. Relajado y un poco apesadumbrado me voy a sentar en las gradas de la Placita que rodea al Obelisco (Nunca supe el nombre de esa plazoleta). Pasan chicas de todas partes de Buenos Aires. Banderas de Banfield, de Lomas de Zamora, de Berazategui, de La Plata… Fans clubs del gay de todas partes del país. Me acerco a una guaina que esta llorando con una foto de Ricky Martin en sus manos. ¿Qué te pasa?, le pregunto. Me enteré que Ricky es gay y me quiero matar. Bueno, tampoco es para tanto, no tiene nada de malo ser gay. Para mí sí, tiene todo de malo, pues en lo único que soñé toda mi vida es él. Y eso no va a ser posible. Me quedo en silencio, respiro, miro el cielo. Y le digo, suave, para no dañarla: Y si Ricky hubiera sido hétero pensás que se hubiera casado con vos? Sí, seguro, me respondió ella con una fuerza de esperanza increíble, me lo dijo tan convencida que hasta le creí. Se paró y caminó por Corrientes hacia el bajo. Me voy para casa, voy a tomar el “blanquito”, 159

hasta Florencio Varela. Chau, me dijo a la distancia. Algo me latió muy dentro, me paré rápido y le grité: no me vas decir ni tu nombre? ¡Margarita y soy de Gualeguaychú!, me grita y sube a un micro. ¿Dónde te encuentro?, tirame una pista por favor. El sábado en Bronco, tocan los Mensajeros del Amor, nos vemos aí, si podés.A mí me volvió el alma al cuerpo. LLegué a mi roñosa pieza de pensión y me quedé pensando en ella mirando las paredes. Soñando con ella, algo en mi vida, por primera vez, podía cambiar, algo con brisa como la primavera hacia que todo en mi negra existencia se llenara de colores. Sútil, delicada, floripondia, la hermosa Margarita venía a plantarse al jardín de borracheras y fracasos de mi vida…