Carrefour Salguero, barrio de milicos y de embajadas. Gente concheta, ex oligarcas y actuales progresistas. Barrio de financistas y funerarias, diseñadores de moda del jetset. Sus calles Pereyra Lucena, Zenteno, la exclusiva Avenida Ortiz de Ocampo, Libertador. En la calle Castex termina al 2800 la Avenida Coronel Diaz, ustedes la conocerán, cómo olvidarla una de las calles mas hermosas del Río de la Plata. En estas calles abundan las mansiones de empresarios que se hicieron ricos de la noche a la mañana con las privatizaciones, la reforma laboral, la evasión fiscal, o los contratos de las licitaciones de los mejores predios comerciales de la ciudad. En manos del estado nada funciona, es el discurso del neoliberalismo, en manos privadas es explotación sin control, sino miren hoy día las
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empresas teléfonicas, los ferrocarriles, los subterráneos, la energía electrica, pésimos servicios y los mas caros del mundo. Transparente, legal, enriquecimiento ilícito. Salguero y Figueroa Alcorta. Yo conozco este barrio tan bien como Constitución, sé de hasta las hormiguitas que suben por la casa del Polaco Rocamora, un sindicalista de los panaderos de Morón que tiene un terrible chalet en la calle Ombú y Miguel Cané, ¿cómo es posible que un sindicalista gane tanto para tener una mansión en un barrio así? Nada debería sorprenderte en este mundo de políticos y milicos, son la larva, la peste putrefacta amiguito. Ja, ja, yo tengo la solución habría que quemarlos vivos: la misma plebe hambrienta tiene que colgarlos, ajusticiarlos con mano propia, y llenar el Congreso con su sangre. ¡Sueño con un Congreso, rojo loco, rojo San Martín, Belgrano y Sarmiento! ¡Qué casa Rosada, negrada, despierten y pintenla de rojo con la sangre de sus dirigentes, con esa roña zafira, esa bosta docta en derecho, la bosta que habla y escribe discursos, ¡ay, el rojo qué color!… Y no sigo porque me pongo como mi amigazo Rosas y no queda ni una patoruzita viva… Polaco Rocamora: no quisiera estar en tu gremio ni en ningún otro del mundo, pero tampoco quisiera estar en tu pellejo, hermano, porque tu cabeza tarde o temprano rodará…
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Soy incapaz de matar una mosca, así que mejor sigamos con el barrio que lo conozco al dedillo y no porque me gusten los milicos ni los aprovechadores, yo miro el lado alegre de la vida, la servidumbre, el doctorado en hamburguesa y papas fritas, esa mi raza choripán, mi raza cien gramos de mortadela y un termidor en tetra, mi raza también convive en el mismo techo con la raza negrera moderna. Las siervas mas preciosas de la ciudad. Ahí, justito donde muere Coronel Diaz, por Castex viene una patoruzita con su uniforme azul marino, debajo de los árboles va mi amor eterno, por la calle Zenteno yo la vi en Zenteno me enamoré de una patricita por doquier, la vi y de ella me enamoré, por Zenteno sentí que me moría de amor y me enloquecí, mi corazón como un pajarito entre rejas se ahorcó de amor, por la patricita de uniforme azul que va hacer las compras al Carrefour. Pampita Ardonain, Giselle Groucke, Naomi Klein, Natalia Fassi o Perezlinda Laputa, tantas, todas esas conchetas emputecidas que no valen dos pesos; toda esa chechez espantosa sin gusto ni estilo, lo abominablemente pantagruelico de nuestra espantosa farándula porteña, tendrían que nacer de nuevo, putas, ante la belleza de estas paraguayitas, peruanitas y norteñas divinas de la calle Zenteno, de la ninguneada yeca Castex. ¡Ay, qué perro me pongo, pa sacarme un poco la putez de encima sigamos con el rioba y sin distracciones porfavorr, !Si ustedes van un dia por ahi, zambulléndose por las arboladas veredas de la pituquisima calle San Martin de Tours y a las dos cuadras, detrás del Museo Malba -antes había un terreno baldío, oscuro hondo y con pastos altos-, una vez vi cogiendo detras de las chapas a la cocinera del comedor con un vigilador. ¡Sí la esposa perfecta de Omarcito Sarli, el rotisero galán!… ¡uf, el olor de la chusma, negro chismoso! Má sí, soy un chismoso, sigo sin levantar polvos de chismes, nos perdemos por esas calles y aparece el barrio de espléndidas mansiones y caseríos estilo colonial, caminar por ahi es alucinante, banquitos en las veredas, acacias, naranjos y moreras en las veredas, jacarandaes tiñendo la vereda de celeste y paraísos agregando su rosa púrpura al cordón de la vereda, olor a eucaliptus, todo impecable y límpido como en un sueño, como la casa de la montaña del abuelo de Heidi. Yo lo conocí por una vieja que me levanté en el baile. Trabajaba en unas de esas casas y de madrugada la acompañé. ¡Ese es mi barrio!
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Cuántos sábados después de reponer, a las dos de la tarde, nos sentábamos en los banquitos a ver desfilar siervas salientes con el pelito mojado directo a sus casas, y de ahí a los bailes. A muchas las conocíamos porque iban a comprar al super y las seguiamos con Cecilio. Salían con ganas locas de divertirse, a toda costa querían disfrutar al máximo el fin de semana, después de estar encerradas todos los días. Vi salir a Eugenia, una rubiecita que cuida una viejita por la calle Castex, y todas las mañanas va a comprarle a la vieja su tomatito y su lechuguita, parece un canario la vieja, de seguro multimillonaria, con los hijos y nietos esperando que se muera ya. Ah, si la vejez es un insulto, lo peor que nos puede pasar es cumplir 80 años, todo es impropio, innatural, habría que arrancarla del ciclo de la vida. En esta página juro arracar a la vejez de mi vida, diez quince años de vejez, se los regalo al diablo, o a quien quiera, a partir de mis 60 años pasen por casa que regalo todo con un exactísimo, kuera, tiro en la cabeza. Sigo, a Eugenita, la encaro a medio camino a tres metros de la Avenida Libertador. A esa altura qué delicia es la Avenida Libertador con sus pisos de un millón de dólares, años atrás me enteré que ahí vivía Maradona y un día me animé y fui a tocarle el timbre. Los guardias de seguridad me preguntaron de todo, les dije que trabajaba en Carrefour de acá dos cuadras y me dejaron tocarle el timbre. ¡Y atendió el Diego!… Me dijo, si pibe, esperá que ya bajo con una camiseta, me quedé sin respirar, me acuerdo bien, se me cortó la respiración, tuve que sentarme en el piso. Los guardias me preguntaron que me pasaba y les dije que Diego ya bajaba y se mearon de la risa. Esperé como dos horas y el Diego no salía. Me agarró una tristeza tan honda darme cuenta que